Fidelidad 
Compasión 
Generosidad 
Misional 
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Debemos sentir gran respeto y cariño por José de Arimatea, al que no le damos la relevancia que ejerció en los últimos momentos de la vida de Cristo y de quien se dice, en las páginas del Nuevo Testamento, que era un hombre justo y bueno. Esta expresión no es muy frecuente en los Evangelios. Seguro que este hombre preeminente del Sanedrín gozaba de estos atributos. Además, fue alguien valiente y audaz y debía tener otra gran cualidad: ser misericordioso. Es su misericordia la que le lleva a poner en peligro su prestigio por Cristo en los momentos más dramáticos de la Pasión. Él no huye ni reniega de Jesús como hicieran los apóstoles o Pedro.
José de Arimatea es para nosotros un símbolo de fidelidad en la persecución y de fidelidad en el dolor. Ofrece su sepulcro para enterrar a Jesús después de desclavarlo de la Cruz. No le importa si le juzgarán ni lo que dirán de él. Pone por delante su amor a Cristo, al que seguro conocía porque un amigo nunca se avergüenza de su amistad. Pero, además, a los pies de la Cruz consuela el dolor de María. Es un corazón sensible, profundamente humano, repleto de la gracia de la fe y fortalecido por la fuerza del Espíritu. Es junto a Juan y a las mujeres el alivio humano para la Madre de los Dolores. Quería a Jesús y sentía amor y respeto por María.
José de Arimatea es, en el camino de nuestra vida, aquel que se acerca a nosotros y nos ofrece su consuelo. Nos ofrece su vida. Nos acompaña en la tribulación y el dolor, en el sufrimiento y en la desgracia. Existen muchos José de Arimatea a nuestro lado; hombres y mujeres buenos y justos, cristianos bondadosos, escogidos por Dios, para ofrecer sus manos para descolgarnos de nuestros miedos y ofrecer su mirada para aliviar nuestros dolores. Hombres y mujeres como el buen José de Arimatea que tienen hacia los demás un amor puro, sensible y misericordioso. Que lo dan todo sin esperar nada a cambio. Que abren su corazón porque saben que dando amor dan al mismo Cristo. Que incluso ofrecen lo poco que tienen de material para sostenerte en tus momentos de dificultad, como hiciera José que embalsama a Cristo para depositarlo en su sepulcro nuevo, el lugar escogido para descansar eternamente en un cercano día.
Nos hemos encontrado en nuestra vida con varios José de Arimatea. Los llevamos a todos en el corazón. A través de ellos hemos sentido que Dios nos envolvía con su amor. Y eso nos plantea que debo ser cada día más generoso, más entregado; ofrecer todo lo nuestro -como hizo José con su sepulcro nuevo- porque todo lo que se ofrece para bien, en aras al amor por el prójimo y a Dios, no es algo que se pierde sino que se gana.
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Dios misericordioso, cuyo siervo José de Arimatea, con reverencia y temor piadoso, preparó el cuerpo de nuestro Señor y Salvador para el entierro, y lo depositó en su propia tumba, concede a tu pueblo fiel, la gracia y la valentía de amar y servir a Jesús con devoción sincera durante toda la vida. Por Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.